En el fondo de esta actitud práctica hay una profunda verdad religiosa. Dios es quien me ha hecho, a mí, a los demás y al mundo entero; y, por consiguiente, aceptar la realidad que aparece en mí y en lo que me rodea es aceptar la voluntad de Dios y adorar a su Divina Majestad. A través de todo el dolor y el sufrimiento de la humanidad, a pesar del pecado del hombre y las catástrofes de la naturaleza, es un hecho de fe que todo este universo, conmigo en él, es la obra de Dios; y en consecuencia, la mejor y única manera como yo puedo entrar en ese universo y llevar a cabo mi salvación en él y a través de él es aceptarlo como don de Dios, verlo a él en todos los hombres y en todas las cosas, y dejar que obren en mí su poder y su gracia, con mi gratitud y mi cooperación. La opinión que Dios mismo tenía del mundo cuando lo hizo fue que "era bueno de veras", y la presencia en él, más adelante, de su Pueblo, su Hijo y su Iglesia lo hace aún más bello y adorable. "Mirabiliter creasti et mirabilius reformasti": una creación admirable y una redención aún más admirable. En cambio, nosotros nos hemos olvidado de la maravilla y nos hemos quedado con la miseria. Tenemos que recobrar la visión completa del mundo en fe, que incluye, sí, la Cruz, pero también la Resurrección. Somos miembros de Cristo Resucitado y hemos de aprender a alegramos con nuestra Cabeza. Mirar la vida con los ojos de Dios es aceptarla, y ése es el primer paso de salvación espiritual y de salud mental. Pisamos tierra firme.